miércoles, 2 de junio de 2021

Noche de fin de año en el trabajo


Diciembre de 2012. Llevaba un poco más de dos semanas en el cargo. Era mi primera vez en una empresa multinacional de seguridad, un reto del tamaño del mundo.

Se acercaba la noche de fin de año y, junto a la noche de Navidad o Nochebuena, en Venezuela como en muchos otros países estos dos días festivos representan un dolor de cabeza para los servicios de vigilancia privada.

Las incidencias del 24 y 25 de diciembre fueron prácticamente bajas; no se vio afectado el servicio de guardias fijo en los proyectos bajo mi coordinación como responsable de la región del país donde estaba asignado. Sin embargo, la fecha del 31 y la mañana siguiente (1° de enero) son dos jornadas que hay que preparar muy bien, sobre todo el relevo entre turnos, el plan de contingencia, en fin, cualquier variable que, por razones de antecedentes y experiencia en otros proyectos, tienen altas posibilidades de presentarse.

Era un día lunes, un día normal de trabajo en la oficina. Le pedí al supervisor que me pasara una lista con los números de teléfonos de contacto actualizada del personal que estaba libre ese día. Otra lista similar siempre estaba dispuesta en el centro de control (CECON) como parte del plan de ubicación del personal operativo.

Tuve una corazonada. Uno de los servicios de guardias fijo venía teniendo un retraso en los pagos, se trataba de un cliente exigente pero a la vez moroso. Como nuevo jefe de las operaciones en la ciudad de Puerto La Cruz, una de mis tantas tareas era también hacerle seguimiento a casos como esos y buscar la manera de que se aminorara la deuda. La empresa que se atrasó cancelarnos tres facturas era una compañía de servicios logísticos naviero ubicada en Guanta, una ciudad porteña a unos 25 km de mi oficina.

Había planeado recibir el año nuevo con mi madre en la ciudad de Anaco que queda a una hora en carretera desde Puerto La Cruz. El plan de servicio ya estaba armado para ese día, el supervisor de operaciones (que residía en la zona) tenía conocimiento y le dije que entre ambos estuviésemos pendiente de cada puesto o proyecto durante el transcurso del servicio y cambio de guardia.

En Venezuela ese mismo año se había promulgado una nueva Ley del Trabajo que produjo varios cambios que alteraron la manera de trabajar en el sector privado, sobre todo con un nuevo horario que elevó a dos días libres por semana y jornadas de 8 horas diarias como máximo.

Para el sector de la seguridad y vigilancia privada el horario era de 12 horas la jornada diaria, pero la nueva legislación establecía que los trabajadores de inspección y vigilancia al ser consideradas sus funciones como una "labor de no esfuerzo continuo", estos quedaron exentos de la norma general aunque semanalmente no podía excederse de 42 horas en total laboradas, es decir, debíamos crear nuevos horarios que se ajustaran a dicha reforma parcial, la cual entraría en vigor su adecuación al año siguiente de promulgada dicha ley, en marzo de 2013.

Todo este embrollo generó un ambiente expectante sobre todo en aquellos trabajadores que equivocadamente celebraban la creación del nuevo instrumento legal como un triunfo del "pobre y explotado obrero" sobre el "rico empresario y capitalista".

Días atrás recibí información de inteligencia que en el proyecto del cliente con morosidad, presuntamente un grupo de operadores de seguridad, de esos que se la dan de líderes sindicalistas, estaban sosteniendo reuniones con el resto del personal para convencerlos de ir a la oficina para exigir aumento de sueldo.

Generalmente los aumentos salariales en las empresas de servicio se dan cuando el costo del mismo tiene un incremento en la tarifa al cliente, es decir, se incluye en la estructura de costo. Si no hay aumento en la tarifa el sueldo se mantiene, y si la economía del país sufre alteraciones inflacionarias severas fuera del aumento decretado año tras año por el poder ejecutivo nacional, no queda más que lograr un acuerdo con el cliente para sincerar los números y así todos ganemos. Esto estaba en mi agenda para el mes de enero.

La secretaria ese día no fue a la oficina, una señora de nacionalidad chilena que llevaba varios años residenciada en Venezuela. Hice mis oficios de rutina, reporte a Caracas, dejé el vehículo de respuesta de emergencia full de combustible y demás actividades operacionales realizadas, por lo que, con la venia de mis superiores, viajé hacia la ciudad gasífera de Anzoátegui a las diecisiete cero cero (17:00) horas.

Por ser un día de poco tráfico de transporte pesado, la carretera estuvo libre durante todo el trayecto. Arribé en casa de mi familia antes de que se ocultara el sol. Mi premonición no falló, mientras llamaba al CECON y al supervisor para monitorear los cambios de guardia, me informan que en uno de los proyectos el personal diurno solicitaba su relevo o abandonaría el proyecto. No vacilé, luego de darle un abrazo a mi madre y un beso en la frente, tomé de nuevo mis cosas y salí de regreso a Puerto La Cruz.

Mientras iba en la vía realizaba llamadas de acuerdo a la lista entregada por el supervisor, nadie respondió los celulares que marqué. Mantuve la calma, y como diciéndome a mí mismo, pensé: tranquilo voy en camino y resolveré el problema.

Eran las diecinueve cero cero (19:00) horas cuando ingresé al CECON, un local en la parte alta de mi oficina del centro comercial CCMT. La cara del operador de guardia era de quebranto; el señor Miguel Martínez pocas horas antes había recibido su turno sintiéndose con malestar de fiebre, según él mismo me manifestó. Él era un señor fuerte y sus cabellos blanco daban muestra de seriedad y de compromiso, así que eso no me preocupó. Saqué mi libreta, le pregunté con quiénes podíamos contar o disponibles y me respondió: "solo yo señor".

Tenía que tomar una decisión y rápido. Armé rápidamente un nuevo plan (ya no sería el plan B), me trasladé a un servicio cercano que estaba ubicado entre la Comandancia de la Policía del Estado y la nueva sede de la Policía Nacional Bolivariana, adyacente al elevado de Lecherías y la estación de servicio Vistamar, respectivamente. Era una bodega de productos lácteos donde el único guardia vigilaba un pequeño patio afuera del almacén. Para ese día el gerente del lugar había dado instrucciones que no dejaran bienes de valor en el área externa (fue mi recomendación), tampoco una furgoneta que pernoctaba a diario frente la garita de seguridad.

Cerramos con llave y candado tanto la caseta de vigilancia como el enorme portón corredizo y junto con el operador de servicio salí hacia la ciudad porteña de Guanta. Todo lo iba reportando al CECON en tiempo real, donde cada acción se dejaba reflejado en la bitácora de novedades. Llamé a mi jefe inmediato, el Gerente de Operaciones, le informé la situación y el plan que había puesto en marcha para cubrir el proyecto con novedad de servicio, donde el personal nocturno nuestro nunca se presentó. El Coronel Guevara confiaba en mí.

Llegamos a la empresa cliente con la situación antes mencionada a las veinte cero cero (20:00) horas. El jefe de seguridad interna del proyecto, un sargento retirado de la Armada no atendía las llamadas telefónicas que le hice. El operador del CECON me llamó por radio, indicándome que recibió una llamada de uno de los operadores del turno diurno que abandonó el servicio, dando aviso que habían dejado el control remoto de uno de los portones del proyecto sobre el techo de la caseta de control de entrada y salida de camiones.

Los 31 de diciembre son los días predilectos por el hampa para cometer hurtos (robos sin violencia en Venezuela) en instalaciones de comercios y empresas ubicadas a las afuera de la ciudad o zonas poco recorridas por patrullas policiales. Pero este 31 de diciembre era atípico, por primera vez en la historia fue convertido también en día feriado.

Así que, teniendo ese dato y siguiendo mi olfato de Detective me quedé esa noche montando guardia en las instalaciones del cliente.

La instalación estaba conformada por un enorme patio y terreno abierto para multiples propósitos, talleres mecánicos, parqueadero de gandolas y chutos, y una flota de vehículos rústicos de carga liviana, tipo pickup, todos Toyota Hilux. Había de todo tipo de herramientas y maquinarias pesadas desde montacargas hasta grúas y equipos de izamiento, todos expuesto dentro de un perímetro de bajo nivel de protección. Dentro del mismo terreno quedaban las oficinas administrativas del referido proyecto, un edificio de dos plantas adosado a dos galpones industriales, donde las ventanas de vidrio no contaban con rejas ni sistemas de alarmas.

Hicimos rondas del perímetro toda la noche y madrugada, y reportábamos al CECON cada situación. Recibí año nuevo junto a un guardia de seguridad cuidando un gigantezco activo y no hubo novedad de robo o intrusión. Ya en la mañana del 1° de enero, siendo feriado como de costumbre, esperé a que llegara el grupo del turno diurno (quienes tampoco fueron a trabajar). Tomé fotos del lugar para dejar evidencia que todo quedaba en orden; ventanas y puertas cerradas, maquinaria y los vehículos intactos. El supervisor desde el Cecon brindó apoyo, pues sólo contábamos en la oficina con un solo vehículo y en este me encontraba.

La noche anterior ya me había comunicado con un amigo quien para ese momento era Jefe de Operaciones de la Policía Municipal de Guanta, para pedirle apoyo y estar pendiente de enviarme refuerzos en caso de alguna señal de alerta que le diera. La coordinación es indispensable, sobre todo para casos de contingencia que escapan de nuestras manos.

La guardia nocturna del 1° de enero apareció, los operadores recibieron el servicio y pude marcharme a descansar. El operador que estaba conmigo se marchó temprano en la mañana porque tenía que viajar, así que su labor ya había terminado.

El servicio en este proyecto siempre dio problemas en los meses siguientes hasta que fue retirado. Se logró acordar con el cliente un plan de pago para saldar su deuda.

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